Olivares es un municipio cargado de historia y tradición que, a lo largo de los siglos, ha sabido preservar su esencia. Su pasado, marcado por la influencia romana, árabe y cristiana, lo convierten en un enclave clave para entender la riqueza histórica de la provincia de Sevilla.
Los primeros vestigios de habitación en la zona de Olivares se remontan a la época romana, cuando el Aljarafe era un importante centro agrícola y comercial. En el término municipal se encontraban partes de un acueducto que conectaba la desaparecida ciudad de Tejada con Itálica. Además, se han hallado restos de Laelia, una antigua ciudad romana ubicada en el Cerro de la Cabeza, que llegó incluso a acuñar monedas propias durante el siglo I a.C., testimonio de su relevancia económica y política.
Con la llegada de los árabes, la región adquirió un nuevo carácter. Una pequeña alquería conocida como Estercolines ocupaba la zona que posteriormente sería Olivares. Los musulmanes desarrollaron sistemas de riego y explotaron las tierras fértiles, dejando como legado estructuras como la Torre de San Antonio, una torre vigía del siglo XII.
La fundación del Condado de Olivares
En 1535, Pedro Pérez de Guzmán y Zúñiga, miembro de la influyente Casa de Medina Sidonia, fundó el Condado de Olivares. Este acontecimiento marcó el inicio de una nueva época de esplendor. Bajo el mandato de los condes, se llevaron a cabo importantes obras, como la construcción del Palacio Ducal y la Plaza de Armas, que actualmente es la Plaza de España.
El desarrollo de Olivares se consolidó con Enrique de Guzmán, II Conde de Olivares, quien dotó a la villa de una capilla dedicada a la Virgen de las Nieves y enriquecida con reliquias traídas desde Roma. Este periodo sentó las bases de su identidad barroca y religiosa.
El esplendor barroco y la figura del Conde-Duque
El siglo XVII fue la época dorada de Olivares gracias a Gaspar de Guzmán y Pimentel, III Conde de Olivares y valido del rey Felipe IV. Bajo su influjo, la villa alcanzó su mayor esplendor. En 1623, el Papa Urbano VIII elevó la capilla local a colegiata, convirtiéndola en un importante centro religioso de la región.
La influencia del Conde-Duque también se reflejó en el urbanismo y el arte. La Iglesia de Santa María de las Nieves y el Palacio del Conde-Duque son ejemplos de su legado barroco. A pesar de su caída en desgracia, Olivares continuó siendo un referente artístico y cultural.
El declive y la evolución moderna
Con el paso del tiempo, y tras la desaparición del poder del Conde-Duque, Olivares perdió parte de su relevancia política y económica. En el siglo XIX, la desamortización de Mendizábal afectó significativamente a su patrimonio, cambiando la estructura de la propiedad agraria.
A escasos kilómetros de Olivares se encontraba Heliche, un pueblo que finalmente se despobló en 1817. Este hecho marcó el fin de una etapa de crecimiento territorial.
Hoy, Olivares es un municipio que combina su rica herencia histórica con la modernidad. Su conjunto histórico-artístico, declarado Bien de Interés Cultural, incluye joyas como la Colegiata de Santa María de las Nieves, la Capilla de la Vera Cruz y el Palacio Ducal. Estos monumentos no solo son testigos de su pasado, sino también una atracción turística para quienes buscan conocer la esencia del barroco andaluz.
Tradición y cultura
La Semana Santa de Olivares es uno de los eventos más destacados del municipio, al igual que el Mercado Barroco, una celebración anual que recrea la vida del siglo XVII. Estas festividades, junto con la hospitalidad de sus habitantes, convierten a Olivares en un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan de manera armoniosa.